Un amanecer sin Diseño Gráfico

No hay logos, ni carteles, ni tipografías cuidadas. Hoy quiero contarte un cuento: así sería un mundo sin diseño gráfico.

Ahí está Lola, víctima anónima de un universo feo (porque reconozcámoslo, el diseño gráfico es bonito). Síguela y comprueba cómo se sobrevive un día sin diseño gráfico… si es que se puede.

Lola se despierta por la mañana. Aún medio dormida, va directa a la cocina. Abre el frigorífico, coge un cartón blanco (todos son iguales, sin logos, sin colores, sin nada) y se sirve un buen chorro sobre los cereales. Tarde: descubre que no era leche, sino zumo de naranja. Nadie nunca se preocupó por diseñar un envase distinto. En este mundo, el desayuno es un juego macabro de azar. Y nadie se ríe.

Sale de casa rumbo al trabajo. La ciudad es un laberinto monótono: sin carteles, sin señales, sin tipografías que te digan dónde estás. Las paradas de autobús son descampados urbanos; los buses, cajas metálicas grises que llegan sin nombre ni número. Todos iguales, todos impersonales, todos intercambiables. Sube a uno al azar. Podría acabar en la oficina o en el desierto de Albacete. La diferencia es solo cuestión de suerte.

Por fin ha conseguido llegar a la oficina. Abre la web que necesita para trabajar. Todo es texto plano en Times New Roman. ¡Menos mal que sí existen las tipografías! Abrir una web sin diseño es como leer el BOE con resaca: líneas infinitas, enlaces azules que parecen trampas, ninguna jerarquía visual que guíe el ojo. No es solo incómodo; es deshumanizante. Lola se siente atrapada en un flujo gris y sin forma, como si la pantalla se hubiera puesto de acuerdo con la ciudad para recordarle que todo es igual, todo indistinguible, todo intercambiable.

Al salir, el vacío continúa. No hay anuncios, ni campañas, ni memes en las marquesinas. Solo superficies desnudas, como piel arrancada. Lola no siente liberación, sino una incomodidad profunda, parecida a la de los hombres grises de Momo: uniformes, impersonales, fumando tiempo hasta que no quede nada. Aquí no fuman, pero el efecto es el mismo: un ejército de ausencias que borra todo rastro de diferencia.

Por la noche, decide leer un libro. O al menos intentarlo. No hay portada, ni maquetación, ni ilustraciones. Solo bloques de texto grises, como muros de hormigón. Da igual si es una novela, un ensayo o la guía de uso de la Thermomix: todo tiene la misma textura plana. Leer deja de ser placer o conocimiento; es simplemente atravesar desiertos de letras. Lola lo deja en la mesilla y suspira. Se siente vacía, como si la vida se hubiera reducido a una sucesión de formas sin forma.

Antes de dormir, Lola piensa que quizá, en este mundo, la vida es más simple. Nadie la interrumpe con anuncios, ni la seduce con tipografías. Pero también todo se confunde, se pierde, se apaga. Al final, sin diseño gráfico, el mundo no es más puro. Es solo más opaco.

Y así sigue Lola, sobreviviendo a un mundo gris, mientras todos fingimos que el diseño gráfico no importa… hasta que echamos de menos que algo nos diga: “sí, esto tiene sentido”.

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Lucía Franco
Diseñadora gráfica y web de profesión, pero exploradora artística de corazón. Hago de todo y un poquito de nada en particular. Cuando no estoy diseñando, me encuentras devorando libros (porque leer es una obsesión seria), sumergida en mi música o planeando mi próxima escapada. En resumen: soy puro movimiento, con un ojo afilado para el diseño y una curiosidad insaciable que me mantiene siempre en busca de la próxima gran idea. | Behance
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